viernes, 16 de noviembre de 2012

Tristeza

Hay que reconocer la tristeza para transmutarla, sin reconocimiento se estanca, echa profundas raíces y duele silenciosamente... Infinitas razones para estar triste, apenado, y de igual modo, infinitas razones para estar feliz, sonriente, pero primero hay que desempolvar, examinar el origen de la tristeza.

Cuando tienes expectativas muy altas de las personas que más quieres, sufres. Y seguramente las tienes muy altas porque sabes lo que valen y de lo que son capaces si realmente se esforzaran, sabes que tienen mucho que dar.
Yo quiero que esta persona supere sus traumas, miedos, fobias, ansias y apegos y seguramente esta persona también lo quiere hacer. (¿Lo quiere hacer en un nivel muy profundo de su subconsciente o lo quiere hacer de una vez, decidido, conscientemente, asumiendo cada paso?)

Todas las personas tienen un tiempo de maduración, entienden ciertas cosas mejores que otras, cada una tiene que experimentar distintas vivencias para darse cuenta de ciertas cosas que quizás otros se dieron cuenta antes, para mejorar ciertos aspectos mentales y finalmente ser más felices y sabios, progresivamente.
Es todo un proceso el del aprendizaje, no podemos empujar a las personas a que hagan tal o cual cosa o crean en tal o cual otra y esperar que lo hagan de inmediato, o que simplemente lo hagan porque se los digamos, por más que tengamos la mejor intención del mundo, por más que estemos completamente seguros que nuestra sugerencia es la que le va convenir más y le va a traer más satisfacción para su situación... siempre va a haber una resistencia de la otra parte, y esa resistencia es un dilema que tiene que ocurrir dentro de la cabeza de uno mismo, con todos los procesos internos que se requieran, siempre va a estar ese pedazo de mente antigua que no va a querer cambiar y dejar sus viejos hábitos porque es en ese momento tienes que confrontarte contigo mismo... y eso nadie te lo puede enseñar.
Llega un momento en el que tenemos toda la información en bruto dando vueltas en nuestras cabezas y en un momento mágico de sorpresa, (o de fuerza de voluntad), oh, sinapsis, entendí aquella cosa que me asediaba por tanto tiempo y la transmuté en un aprendizaje.

Y qué pasa cuando depositamos mucha fe en algunas personas, de que pueden todavía cambiar, corregirse, mejorar, hacer cosas realmente productivas, y no lo hacen? Decepción, pena, tristeza. Entonces ¿para qué molestarse en tratar de ayudar, si están bien solos? si el gigantesco ego dice todo el rato: "yo estoy bien con mis hábitos", "a mi nadie me los cambia", "qué te metes tú", etc.
Cuando es una persona, duele, cuando es un grupo, hinca en el alma, cuando es toda una sociedad, deprime silenciosamente.

Para qué molestarse entonces en querer que la gente supere sus traumas, miedos, apegos, ansias, problemas, si ellos mismos no los quieren superar, si van a seguir postergando su voz interior hasta que se haga más difícil, si el resultado final va a ser que uno, esperanzado en los demás, se deprima y esté triste por ellos.
Esta es la raíz de la tristeza colectiva. O al menos de la mía.




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